ZOZOBRA, PESARES

 

Es un valle cuyas dimensiones y final no se pueden alcanzar a distinguir, no se dejan ver porque es imposible, porque esto que aquí sucede no tiene ni principio ni final. Hay tremendo lodazal del cual emergen los brazos parlantes, las manos que los acompañan para decir, para gritar,para pedir, para quejarse, para tratar de ser escuchados. Los rostros y demás partes de los cuerpos a los que pertenecen no tienen permiso de acudir a esa extraña y necesaria confluencia de dolores explotando.

Resulta ser un camino tan largo y no demasiado ancho, pero lo suficiente para que se dieran lugar aquellas desesperadas expresiones. Sí, increíble pero se bastaban solas para expresar lo que los rostros ocultos a los que pertenecían, ya no podían ni siquiera musitar.

Tenían todos los tipos posibles. Eran manos huesudas, algunas en extremo. Otras regordetas, igualmente desesperadas. Unas porque no comían de aquello tan necesario, aquello por lo que clamaban. Las otras, no estaban saciadas a pesar de parecerlo, sino todo lo contrario. Nada las pudo satisfacer.

Emergían de la tierra atropellándose en su intento desesperado de ser escuchadas, vistas, comprendidas. Salían hasta la altura del codo moviéndose como locas, en círculos. De pronto, parecían elásticas. Tanto es lo que se estiraba tratando de alcanzar "eso" con su clamor. Algunas con las uñas llenas de tierra, otras no lograron ni siquiera mancharse. 

Hablaban con sus locos movimientos, se encogían de pronto cual si hubiesen perdido toda esperanza. 

Arriba de ellas, donde está el infinito, la mano grande que con santa paciencia escuchaba tanto y tanto. Conservaba una serenidad a prueba de todo aquello y mucho más. Esa mano limpia y apacible solamente deseaba percibir las súplicas (porque eso eran en realidad, súplicas ciegas por obtener una respuesta y/o una razón). 

¿Y dónde están sus cuerpos, por qué se esconden, por qué no desean mostrarse, ser vistos? Se cansaron. Los rostros se cansaron, ya no tenían cara para salir a enfrentarse a más. Las manos con sus brazos eran capaces de decir todo lo necesario. 

¡Por qué no viene nadie a curar nuestras heridas, este fango nos ha carcomido hasta el tuétano!

¡Por qué nos encontramos en este estado, gimiendo, llorando, humillándonos! Decía con sus movimientos la mano que más débil se encontraba, que sin fuerza ya se estaba quedando.

Y...

¿Qué hiciste tú cuando alguien pasó a tu lado en circunstancias parecidas a las tuyas? ¿Acaso moviste uno solo de tus dedos? ¿Acaso hiciste el menor intento por estirarte un poco para brindarle un rozón empático a su situación?

La mano serena que pendía del Cielo, de ese infinito, lograba con esa serenidad de las grandes ánimas en un coloquio que parecía interminable, hacer entender a todas y cada una de ellas que les faltó amor, sin excepción. Que el egoísmo privó por encima de cualquier acto compasivo. Que, así como se estaban moviendo derramando lamentos, causando lástima, bien podían hacerlo, y sin tanto esfuerzo, para entrelazar dedos y juntar esperanzas. Porque la esperanza es un gran ingrediente para la vida, y se puede impartir y compartir. 

Este era el mensaje que dejó sin necesidad de decir una sola palabra. Fue compasiva y comprensiva, tuvo piedad y en un acto de amor acarició a cada una de ellas.

El mensaje fue dado, pero sólo algunos lo entenderán.