LA ENFERMERITA

Muy, muy chiquita había incursionado en la cruenta realidad del dolor de los otros. Sí que era pequeñita, sólo 16 años y ya ayudaba a amortajar un cuerpo. La familia afuera lloraba, se desesperaba, decía "la vida, se nos va la vida!" Mientras un sacerdote cumplía su misión de intentar un consuelo en base a las creencias místicas de amor a Dios, de amor en Dios. Esta, fue una de las primeras y más duras experiencias. Imaginar el dolor de esa familia, el brazo de la recién fallecida paciente caía de la cama inerte, provocando una fuerte impresión en la jovencita que por días no pudo dejar de imaginar que pudiera tratarse de algún familiar. 


La enfermera chiquitita




Pero igual: era muy chiquita. Y justo en ese tiempo, en el que le "enseñaban"que la muerte era tan natural como la vida, trataba de adaptar a su propia realidad lo aprendido con el caso del deterioro de su abuelita. Ah! Su abuela, la más linda, la más tierna y el primer gran amor que se le fue al Cielo. Y creía que estaba preparada, pero cuando llegó el momento su mirada quedó en un punto fijo sin acertar a nada más. Y creía que estaba fuerte y preparada, pues el final se veía venir. Se equivocó.


Y se siguió equivocando cuando permaneció en ese hospital y la tensión iba en aumento. No, no podía con tanto. Y por si eso fuera poco, los estudios eran tremendamente duros y exigentes, a veces en su cabeza se cruzaban las ideas de las materias que debía tener muy presentes por los "exámenes sorpresa" que le realizaban, con los casos reales de sufrimiento y dolor.  Y estudiaba hasta el amanecer, debía conservar una beca, porque no tenía recursos.


No la asustaba la sangre, ni las heridas, ni el bisturí del cirujano que cortaba las pieles haciendo una línea más o menos fina, dependiendo del caso. Ni las trepanaciones de cráneo, ni las operaciones a corazón abierto con este latiendo en las manos de un galeno. Lo que le dolía mucho era pensar en lo que iba a sufrir ese ser humano después de esa cirugía tan aparatosa, cuánto tiempo podría vivir, si podría llevar una vida de calidad. Le dolía ver el dolor físico y moral de cada paciente, ver una herida y saber que le dolía a la persona en cuestión.  Era verdad que había qué alcanzar un justo medio para poder estar allí: no tan sensible, ni tampoco insensible. Ni tanto, ni tan poco. Pero eso sí: ningún enfermito sabría de estas tribulaciones porque NO lo merecía, demasiado era estar allí partiéndose con la vida. Para ellos, todo debía ser buen ánimo y sonrisas... demasiado sufrían ya. 


Le asustaba también ver todo eso a su corta edad. Imaginaba el mundo afuera sin ver toda esa cruel realidad que se vive en los hospitales. ¡Era muy chiquita! 


Se juntaban la ciencia y la conciencia. La exigencia de las enfermeras que debían guiarla pero lo hacían con una particular manera de hostigamiento intentando demostrar si ella y todas las demás, tenían una vocación a prueba hasta de maldades. ¿Con qué objeto? Ni idea. 


La enfermerita sonreía, las angustias iban muy adentro. Y claro, también el acoso sexual de algunos pacientes mañosos, de algunos estudiantes de medicina y de algunos médicos de esos que aún siendo mayores, buscaban carne fresca. Todo aquello era un cúmulo de cosas que hacían pesada la vida de quien apenas había dejado las calcetas para usar un uniforme tan formal como punzante. 


¿Alguien podía imaginar todo aquello en una jovencita sonriente y uniformada de colores tan blancos como era su alma, que se encontraba apabullada por tanto y tanto?   Nadie. Nadie! 


A veces, el inicio de la vida adulta es difícil enfrentándose a circunstancias así. No niña, tampoco mujer. Sólo un ser humano que así comenzó a vivir, entre el amor, el dolor y la angustia. 









Con empatía y mucho amor para todos esos profesionales de la salud que viven cosas inenarrables y tienen qué dar su mejor cara y su mejor sonrisa cuando en sus propias familias se viven las angustias tan propias de la vida. Especialmente, en estos tiempos de Covid. A quienes se han ido, y a quienes siguen luchando por la supervivencia de los demás y la suya propia. 




















Comentarios

  1. Un bonito y emotivo reconocimiento a todos esos profesionales que están ahí cuidado de nosotros como si fuésemos de la familia, es una profesión dura y mas todavía si se le añaden otros actos innombrables. Me uno a este homenaje porque en estos meses interminables de pandemia siguen cuidando de nosotros. Por ellos, por los que no están, por los que siguen y por los que vendrán.
    Como siempre Maty es un placer pasar por tu blog. Besos.

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