MI PRIMER MAESTRO DE INGLÉS

 Iba pasando por la vida en un caminito alegre de sol y calor, más muchas ilusiones. Desde el autobús contemplaba todo lo bello de la Ciudad de México, mi ciudad, en el Paseo de la Reforma. Eso ya era un deleite. Y el corazón a mil por hora porque ¡iba a mi primera clase de inglés! Y entre la emoción de la vida en sí,  la gente en el autobús sumida en sus propios pensamientos, algunos durmiendo por el cansancio de la jornada, y la emoción del camino que iniciaba, me sentía muy muy feliz. Agradecía poder transitar por esas calles, ver el viejo (en ese entonces) Auditorio Nacional, donde tantos conciertos disfruté y más que disfrutaría después. Una película entera rodaba por mi cabeza, rumbo a mi primera clase de inglés. Fue un caminito alegre de sueños y ensueños y una imaginación desatada. 







La clase era a las 6 de la tarde. Bueno, si no me equivoco, 6.10 porque terminaba a las 7. Sí, eran cincuenta minutos. Ya había bajado del autobús, ya había caminado las callecitas tan alegres de esa zona tan concurrida y ya! estaba en el Instituto. Me gustaba ser muy puntual, siempre llegaba mucho antes de la hora. Era parte del deleite. 


Recuerdo el salón como el primer día, aunque no recuerdo su número. Al tocar la campana de las 6.10, transcurrieron sólo unos segundos y entra por aquella puerta un maestro alegre, carismático de cabello muy negro y sonrisa amplia que obsequiaba siempre con generosidad. Alto, bello y muy amable. Comienza...


En ese momento caí en una especie de ensoñación. De pronto, la película que tejía en el autobús acerca de mi vida, de esas clases en las que iban muchas ilusiones, las ilusiones propias de los veintitantos años, el imaginar la vida de cada uno de los que estaban a mi lado en el autobús, tomó otro giro. 


¿Qué fue lo que me ocurrió? ¡No lo sé! Ese simpático maestro hablaba, hablaba siempre con una voz que aún retumba en mis oídos. ¡Pero qué extraño! Yo estaba como flotando entre dos mundos, dos vidas.  Y las dos, eran la mía. Caí en una especie de desvacenimiento en el que en blanco y negro se dibujó ante mí una realidad muy posterior al tiempo en que me encontraba. Vi figuras, rostros diferentes, sombras, obscuridad y también mucha luz. Risas de niños, flautas y guitarras y también a lo lejos el sonido de un piano.  La sensación era entre real e irreal, entre sórdida y amable. Como si años venideros llegaran a hacerse presentes en ese instante tan raro, pero que no quería evitar. Quería ver más y más de aquello. Las voces se agolpaban dentro de mí, pero no me aturdían. Intentaba entender, trataba de entender algo de lo que se decía pero no lo lograba: voces femeninas y masculinas, unas en inglés y otras en español. Había sonrisas y alegría, mas de pronto me estremecía un sabor agridulce. Pero con todo, no quería evitarlo.


Transcurría esa mi primera clase de inglés, y transcurría al mismo tiempo como en una mini pantalla mental todo aquello que no cesaba. Sentí amor y sentí dolor, pero no importaba porque eran sensaciones y sentimientos tan auténticos como la vida misma. Bueno, era como si en una sesión hipnótica me estuviese viendo a mí misma años después. 


Pero yo estaba en clase a la vez. Cosa más rara no me pudo suceder (pensaba) pero sí (también pensaba), que  cosas así de increíbles me habían pasado ya a mis cortos 22 años. Por tanto, prestaba atención al maestro de inglés al tiempo que me perdía en mis divagaciones. Alzaba la mano para responder a sus preguntas y participar en la clase, pero seguía con esa sensación de "flotar" en ese mundo de cosas futuras en donde había de todo, en donde habría de todo. 




Faltaba poco para que la clase terminara. Aún no obscurecía, en ese tiempo ni había "horario de verano". El simpático maestro se despedía hasta el día siguiente, hasta la próxima vez. Me gustó esa clase,   estaba contenta a la vez que despertaba de aquello que me sucedió mientras escuchaba a lo lejos la voz de Diana Ross... "Do You Know Where You're Going to"








                      ***********



Han pasado muchos años desde aquella tarde. Después supe que sí, que viviría algo relacionado con esas sensaciones. Después supe que esa "yo misma" de jovencita se vio en el mundo futuro, aunque no a demasiados años de distancia, que implicaba todo eso que pasó por mi mente.  Y más que nada era la sensación de una vida, de mi propia vida.  


Terminó mi primer bimestre, pasó el tiempo y seguí estudiando. Terminé todos los cursos básicos y después los avanzados. Nunca más me volvió a suceder algo así, pero bien corroboré que fue una especie de "adelanto" de mis próximos años. Por ahí veía a mi primer maestro, siempre con singular alegría. Siempre veloz para llegar a tiempo a sus clases, a la vez que yo entraba a las mías y mientras llegaba la hora, leía y meditaba disfrutando muchísimo junto al árbol que se encontraba en el patio. Bueno, el más grande.  Ese Instituto y esos anunciados años en mi primera clase de inglés, me dejaron marcada de por vida. 



Atesorar recuerdos es atesorar vida. He sentido hasta mis pálpitos ahora, las emociones a flor de piel. Es por eso que siempre pienso que Dios tiene su disco duro, porque si puedo volverlo a ver todo con tanta precisión, con más razón ahí Él tiene nuestras vidas bien guardaditas. 



#nao



"AL MAESTRO CON CARIÑO"...




















Comentarios

  1. Que bien sienta tener recuerdos tan especiales como este que nos cuentas, y que delicia vivirlos así con esa claridad que hace que se vuelva a revivir un momento tan especial. Me encanta el ultimo párrafo pues nunca mejor explicado. Besos Maty y un abrazo muy fuerte.

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