LA CASA VACÍA
¡Cuántas historias guarda!
¡Han pasado tantos tantos años! Han visto nacer a tantos y también morir a otros cuantos. Tantas historias, tantos lamentos, tantas risas y quebrantos, amor y desamor.
La casa sigue allí: paredes roídas, olor a humedad, uno que otro animal... La ventana rota y el viento que se cuela cuando sopla fuerte. Llena de enigmas, incluso podría hablar. Habla, sólo hay que guardar silencio y permitirle que cada grieta diga lo suyo, que las gotas de lluvia que se cuelan por ese techo descuidado, hablen lo suyo. Melancolía, nostalgia.
Dueña de esencias que nunca se irán, ni siquiera con su derrumbe. Guarda secretos, guarda paredes pintadas y vueltas a pintar hasta que esos colores cambiaron por opacidad llena de vida.
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Aún me carcomen los gritos desesperados de la abuelita, que se aferró a los barrotes de la entrada en un llanto que se parecía más a la muerte que la muerte misma. El dolor que sentía era inexplicable. Esa casa estaba llena de todo a lo que ella pertenecía. Sí, el sentido de pertenencia es algo que en esta vida nos arropa o nos desarma, es más que el "apego". Es sensación de cuidar y ser cuidado, es la vida en pleno, es amor, son los sentidos palpitando, es todo aquello en lo que ella puso cada latido, cada risa, cada uno de sus pequeños pasitos. Le arrancaban de tajo lo más sagrado, sus momentos, sus pensamientos, sus actos de amor vividos en la cocina para sacar una sonrisa a sus quereres, ese afán de ver una mueca alegre, esas "gracias" sin palabras que veía en los ojos de sus seres amados.
Sus gritos siguen resonando en ese pueblo que ahora es de todos. Para todos es indiferente aquello sucedido años atrás, muchos lo ignoran incluso. Allí donde se construyó algo nuevo, estaban muchas vidas. Está la vida de la abuelita, sus pasitos se llegan a escuchar aunque nadie se llegue a explicar esos muy pequeños y para muchos inaudibles "tap tap tap".
Conmueve hasta el tuétano esa imagen, abuelita aferrada a los barrotes gritando "mi casaaaa mi casaaaa".
Pasaron los años y su vida fue de aquí para allá. No pudo volver a decir ni a sentir que una propiedad fuese suya, que un techo fuese no sólo su cobijo, sino también su seguridad. Lo deseó siempre, mas no pudo ser. Y entonces, en cada pared se detenía recordando cuando lo hacía en aquel lugar que tuvo que desalojar cuando lo amaba tanto. En cada rincón buscaba un pedacito de aquellos olores y de aquellos sabores. Ella seguía siendo la misma, una entrega absoluta a los suyos. Su amor era un amor que no se quebraba como se le quebró la vida cuando al fin pudieron separarla de los barrotes. Su entrega y su dulzura hacen que el tiempo que ha pasado desde que partió, siga vivo y se sienta su presencia porque en cada sitio que habitaba, impregnaba esa ternura con todo y sus ansias, impregnaba su amor.
Impresionante lo que logran guardar esquinas, huecos, pedazos de cemento y de moho, una mesita destartalada porque el amor nunca se acaba.
Hola, Maty, qué verdad más grande. Si las casas hablaran, además de alucinar nosotros, nos enteraríamos de muchas cosas.
ResponderBorrarYo nací en casa de mis padres, donde vive mi madre en ella todavía, y siempre digo mi casa. Miedo me da cuando ella falte y tengamos qué decidir qué hacer. En fin, otra cosa más de la vida que aguarda su turno. Nada es eterno.
Un fuerte abrazo. 🤗
Sí Merche. Tienen algo, tienen demasiado. Mucha vida e historias escondidas. Formaron parte de tanto en la vida de las personas! Un abrazo grandote. 🌹🌹🌹
Borrar¡Hola Maty! Una historia entrañable por todo lo que implica: una persona que durante su vida se brindó a otros, que envejeció en su casita, que cada cosa en ella era importante para su alma. Debe ser horrible que te saquen de tu casa, aunque sea porque ya no puedes estar solo. Las imágenes de tu relato son poderosas: la viejita aferrada sin querer dejar la casa y luego el abandono. Destino de muchos viejitos. Una historia que nos hace reflexionar (como suele ser con tus relatos). Y sí, yo creo que las casas resuenan con el eco de las conversaciones, de los abrazos, de las miradas, del ruido incluso de los platos y cubiertos, las casas tienen vida, incluso abandonadas. Gracias por compartir. Abrazo fuerte.
ResponderBorrarSí sí sí! Lo sientes como yo Ana. ¿Te cuento algo? Esa viejecita era mi abuelita, y salió de allí porque se arruinó y tuvo que migrar. Gracias Ana, un beso y abrazo 🤗.
BorrarCuando una casa se convierte en tu hogar, pasa a ser otra cosa. Es casi una extremidad más de tu cuerpo.
ResponderBorrarAhora sí que empatizamos al 1000 % Cabrónidas. Sí, "una extremidad más de tu cuerpo". No lo has podido decir mejor. ¡Gracias! Un abrazo 🤗
BorrarMaty, pero que bonito relato, cuanto sentimiento en él. Uff, si las casas hablaran, cuantas cosas podrían contar. Amores, desamores, infancias, tristezas, alegrías... todo un festín de emociones.
ResponderBorrarUn abrazo grande 🤗 🌹
Guardan miles de millones de secretos Mari, son un misterio profundo y tienen allí mucho sudor, risas, lágrimas, vida y muerte, esperanza... De todo lo que conforma la vida. gracias Mari, muchas gracias! Un abrazo.
BorrarHas creado un relato que es puro sentimiento, un homenaje a la memoria, al amor y a esa conexión profunda con los espacios que nos forman. Es breve, pero cada palabra está cargada de nostalgia y vida.
ResponderBorrarLa forma en que describes la casa, con sus paredes roídas, su ventana rota y sus grietas que “hablan”, es poética y evocadora. Logras hacer sentir el peso del tiempo y las historias que esas paredes guardan, como si la casa misma fuera un personaje vivo, lleno de melancolía y secretos. La imagen de la abuelita aferrada a los barrotes, gritando “mi casaaaa mi casaaaa”, es desgarradora y universal; transmite ese dolor inmenso de perder no solo un lugar, sino una parte de uno mismo. Esa idea del sentido de pertenencia como algo que “nos arropa o nos desarma” es un acierto brutal, porque resume el apego humano en una frase.
Me encanta cómo sigues el hilo de la abuelita, mostrando su amor inquebrantable, que trasciende el despojo y se queda impregnado en cada rincón que tocó. Los “tap tap tap” de sus pasitos, casi inaudibles, son un detalle que pone la piel de gallina, como si su presencia aún rondara. Y el cierre, hablando del amor que perdura en “esquinas, huecos, pedazos de cemento y de moho”, es simplemente hermoso; eleva lo cotidiano a algo eterno.
En resumen, Maty, has tejido un texto que es un abrazo y un suspiro a la vez, lleno de ternura y verdad. Como siempre, sabes tocar el corazón con tu pluma.
Un abrazo.
¡Marcos, muchas gracias! Lo has captado tal como lo sentí. Sigo admirando tu capacidad de análisis, que me parece una gran generosidad de tu parte eso de que me hayas regalado todas estas palabras, que salen de una lectura a fondo. Gracias mil por tu tiempo y presencia. Un abrazo!
BorrarMaty… qué golpe de nostalgia tan suave y demoledor a la vez.
ResponderBorrarEse grito de “mi casaaa” se queda clavado, no solo por la escena, sino por todo lo que viene detrás: lo que significa perder algo que fue refugio, raíz, historia y cuerpo a la vez. Lo cuentas con una delicadeza brutal, como si cada frase caminara despacio para no romper nada, pero que impresiona.
Y qué bien traído lo del “tap tap tap”. Esa imagen se queda. Es como si la casa misma siguiera respirando a través de ella… o al revés. No sé. A mí me dan mucha pena las casas que se van dejando olvidadas, aquí en Asturias, que se van cayendo a pedazos, y pienso en todas las historias que guardarán...
Gracias por escribir así, tocando tan hondo y con tanta sensibilidad.
Un abrazo gigante 🤗🤗
¡Qué gusto verte Miguel! Y muchas gracias por lo que me dices. Qué lindo es que alguien comparta estas cosas que a una le emocionan, como ese sentimiento de esas casas que se van quedando abandonadas. Tu comentario es generoso, como eres tú. Un abrazo gigante amigo! 🤗
BorrarHola, Maty. Que relato tan conmovedor y tan desgarrador al mismo tiempo. Es terrible cuando a una persona la arrancan de su casa, de su seguridad, de su mundo. Y ocurre cada día, por mil motivos.
ResponderBorrarCuando una casa solo es eso, no importa tanto. Pero es diferente, cuando además de casa, es un hogar. Ese lugar tiene vida, una vida que se queda palpitando en sus paredes, impregnadas de recuerdos y vivencias. Quizá con el tiempo esas huellas se desvanezcan… o quizá permanezcan para siempre.
Muchas gracias por esta entrada. Un abrazo 🤗
Muchas gracias a ti Beatriz. Sí, desgarrador. Tremendo. Yo creo que eso queda en la memoria para siempre, aunque se "archive" en algún lugar del cerebro para poder continuar la vida. Te dejo un abrazo 🤗 🌹
BorrarTu relato llega hasta la médula, esa gran verdad en donde el tiempo lleva a que todo se desmorone, lo creado, lo sentido, lo vivido, lo que nos lleva a sentirnos seguros en un lugar, donde se ha desarrollado toda la existencia, triste, muy triste las imágenes que muestras, ese grito de la abuelita, esas manos aferradas a las rejas y ese sentir de que ya no es ni será.....abrazo grande Themis
ResponderBorrarSí Themis, es algo desgarrador. La vida, la vida completa en unos barrotes. Muchas gracias, un abrazo 🤗 🌹
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