LA LOCA DE LA LLUVIA

 Así la llamaban. Todos le decían "señorita, no se moje... Señorita, cúbrase". 

Caía un aguacero torrencial. Era tan fuerte que dolían los brazos descubiertos ante la fuerte caída del agua que se clavaba cual fuerte punzón en su piel. 

Y cuando todo el mundo trata de protegerse en un caso así, ella feliz paseaba. Miraba al piso para no resbalar y porque el agua la cegaba si ponía la cara de frente. Sus pasos tenían qué ser lentos, era demasiada agua, eran grandes charcos.

El ruido relajante del agua al caer y la aventura de sentirla en su piel. Porque había traspasado el vestido, lo traía todo pegado al cuerpo como un celofán, y los brazos era un gotear y gotear, y ella con gusto los miraba y veía las gotas resbalar tropezándose unas con otras y cuando algunas desaparecían, llegaban las de atrás. 

Estaba viviendo ese momento. Estaba caminando bajo la lluvia. Bueno, bajo la tormenta. Recordaba los tiempos en que su madre y hermano caminaban así juntos muchos años atrás, pero en aquella ocasión porque no les quedó más remedio. Ah! Pero lo gozaron igual.

Desde aquella vez decidió disfrutar esos episodios tal cual si fuese el último día. Era así, cada año en la temporada de lluvias.

Cuando le decían que no era una persona normal por esa y otras locuras que se le ocurrían, decía ¡Menos mal! ¡Qué bueno que no soy normal!

Los normales, se cubren de la lluvia. Los normales suelen preocuparse porque los zapatos se van a desarmar estando así, tan empapados. Se preocupan porque el vestido ha quedado hecho un verdadero desastre.

Pero los normales no se divertían, parecían siempre temerosos de todo aquello que pudiera "desencajar" dentro de una "normalidad", dentro de la cotidianeidad. Los "normales" criticaban todo, nada les parecía bien. Fuese lo que fuese, lo criticaban. ¡Qué pereza! Decía ella, pensaba ella. ¡Tan cortita la vida y perdiendo un tiempo que no regresa, que no se recicla, siendo prácticos y metódicos. 

Se sentían positivos y ordenados. Todo lo tenían planeado, la ropa del día siguiente planchada y hasta el perfume que iban a usar. Pasaban como si siempre fuese a ser de la misma manera, todo lo daban por hecho. 

Ella estaba enamorada de la vida como lo estaba de la muerte. Amaba la vida, porque sabía que la muerte existía y "no sólo era un acontecimiento que les sucedía a los demás". A veces en esa última lluvia salieron unas lágrimas que obviamente no se notaron con tanta agua que tenía encima. Algo de nostalgia, quizás. Algo de haberse encariñado con su forma tan "loca" de hacer las cosas. De disfrutar hasta del más mínimo detalle. 

Sabía que en poco tiempo partiría. Ya no habría muchas lluvias, ya no habría llanto. Lo sabía bien.  Le esperaba el viaje final, el más importante. Tenía un poco de resquemor a lo desconocido, pero sabía que ese viaje, EL VIAJE, sería lo mejor de su vida. 

Daba gracias INFINITAS por haber sido siempre esa "loca", por no haber sido nunca "normal". 

 

Y cuando las tardes son así de lluviosas, pasan por mi mente etapas muy preciadas...